La motivación y el entrenador

Por Jonathan Mendoza

Siempre que hablo o escribo sobre la motivación me gusta hacer, para que podamos entenderlo mejor y salvando las distancias por supuesto, la comparación del deportista y el coche.
Imaginemos que nuestro jugador es un coche de último modelo, que viene equipado con todos los extras: climatizador, navegador, ABS, ESP, techo solar… bien, nuestro deportista trae ciertas características de serie: capacidad de concentración, fuerza, resistencia, confianza, velocidad… y todas ellas son susceptibles de ser usadas, mejoradas, e incluso pueden romperse y repararse. Pero hay algo que debemos tener en cuenta, a ese coche le hace falta algo muy importante, algo sin lo que no puede siquiera arrancar y poner en marcha todos esos estupendos mecanismos, y ese elemento es… la gasolina. Eso es la motivación.
Es la energía que nos mueve e impulsa en una determinada dirección y con una determinada intensidad. En épocas de formación, el papel del entrenador es muy importante para mantener lleno ese depósito de energía, porque el deportista consume rápidamente la que lleva y suele necesitar inyecciones continuas de motivación; la maestría y el buen hacer del entrenador determinará en gran medida la capacidad futura de motivación del deportista.

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