
Por Javier Parrilla Romero
para alcanzar el grado de maestría en Kyudo, la técnica por sí sola no es suficiente, sino
que va acompañada de un trabajo de perfeccionamiento de la condición psíquica y mental. Enfrentados a la diana, es necesario disciplinar la mente y llegar a ese estado de calma conocido como heijoshin, la condición de imperturbabilidad o desapego ante el influjo de las circunstancias envolventes.
Hay que aprender a vaciar la mente de dudas, de ansiedad y de deseos perturbadores, porque ellos
se interponen como un obstáculo al vuelo directo y verdadero de la flecha. Es por eso que quien lucha
contra las exigencias de su ego no se alegra cuando acierta, pero tampoco se entristece cuando falla.
Tampoco culpa a los demás de sus fracasos, sino que examina su condición para ver qué hay que cambiar o modificar. Y no se obsesiona con dar en la diana, porque el acierto no proviene del deseo, sino que surge naturalmente de la postura y la condición espiritual adecuadas.
El Kyudo, por lo tanto, es una escuela de aprendizaje que sirve al practicante más allá del recinto del kyudojo, en momentos y situaciones de su vida necesitados de control y claridad mental. El Kyudo opera como una herramienta transformadora y elevadora de la condición espiritual, pues la diana, como un espejo, devuelve la auténtica imagen a quien se le enfrenta, que no es la imagen resultante del ego y la vanidad. La diana habla con lenguaje verdadero y alerta sobre los cambios personales que hacen falta para establecer una relación armoniosa con el mundo. Pero, además, el Kyudo ofrece la posibilidad de superar la condición ordinaria hecha de dualidades, de separaciones y divisiones, y ofrece una experiencia de unidad, de globalidad y de universalidad.
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